La esposa complaciente by Barbara Cartland

La esposa complaciente by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 1973-07-31T22:00:00+00:00


Capítulo 7

Cuando el Conde atravesó los prados que rodeaban la tribuna real en el circuito de carreras de Ascot, pensó de pronto que Karina debía de estar allí.

Había estado tan ocupado hasta el momento mismo de salir de Londres, que sólo entonces recordó que hacía tres meses había aceptado la invitación a hospedarse en casa de Lord Staverley, lo cual solía hacer todos los años.

Se había olvidado de que Ascot era, en realidad, un evento social que disfrutaban ambos sexos, hasta que vio un caleidoscopio de colores, formado por una profesión de sedas, flores, muselinas, cintas y sombrillas.

Comprendió que había cometido un grave error de omisión, aunque trató de justificar su olvido por la forma en que Karina había logrado evitarle desde que se puso tan furioso con ella por competir con la Marquesa de Downshire.

Había lamentado su violencia desde entonces y tenía la intención de disculparse con ella; pero, de algún modo, nunca había tenido oportunidad de hacerlo.

Era verdad que Karina estaba sentada siempre en el extremo opuesto al que ocupaba en la mesa, durante las cenas organizadas con tanto éxito por Robert Wade. Se la veía extraordinariamente hermosa y él se había visto obligado a admitir para sí mismo que hacía lucir en todo su esplendor las joyas de los Droxford.

Además, cautivaba también a sus amigos y conocidos. El Conde se daba cuenta de que cuando le felicitaban por su matrimonio lo hacían con absoluta sinceridad y, en lo que a los hombres se refería, no había duda de que también con envidia.

Había pensado que tendría oportunidad de hablar con ella, por lo menos unos minutos antes que empezaran a llegar lo invitados. Pero ella se las ingeniaba siempre para entrar en el salón momentos antes que el primer invitado de la noche fuera anunciado por el mayordomo.

El Conde se dio cuenta, al llegar a Ascot, que estaba irritado consigo mismo. Debía haber recordado que Karina deseaba asistir a las carreras. Podía haberla traído desde Londres todos los días, en lugar de aceptar la hospitalidad de Charles Staverley.

Tenía además otro motivo de irritación, que le había mantenido despierto buena parte de la noche. Durante la reunión de hombres la noche anterior, uno de los invitados había alabado con envidia un par de bayos que Sir Guy Merrick acababa de adquirir. Y agregó, sin malicia, que le había visto con una preciosidad de muchacha, la cual tenía los ojos verdes más grandes que había encontrado en su vida. Alguien se volvió a mirar con inquietud hacia donde estaba el Conde y él tuvo que simular que no había escuchado el comentario, porque advirtió que los demás sabían que se trataba de su esposa.

Ahora casi había llegado hasta la tribuna real, hundido en sus pensamientos, cuando escuchó una ovación distante y vio que la familia real se acercaba en medio de un gran cortejo.

Apresuró el paso y entró en el palco real, para situarse al fondo antes que los soberanos llegasen.

El Rey bajó de su carruaje de visible buen humor.



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